jueves, 25 de julio de 2013

Tírate en mis brazos



Ralph Tejada se acaba de separar de su esposa, y le había dado la custodia de su pequeño niño, Charlie de 4 años, vivía en un pequeño chalet el los suburbios de El Álamo de Nuevo Mexico.
Cuando a Ralph le avisaron que el incendio de El Álamo se había vuelto incontrolable, pidió permiso en su oficina y viajó raudamente hacia su pequeña vivienda situada en la zona en que el departamento de bomberos había dado la orden de evacuación. La niñera que cuidaba a su hijo Charlie era indocumentada, no entendía el ingles, razón por la cual no atendía los llamados que se insieran a su puerta. Cuando Ralph llego, los bomberos no le permitieron el paso pues la zona había sido evacuada. Al descubrir que ni la niñera  y su hijo estaban en el albergue, salio en un jeep del departamento de bomberos junto a dos voluntarios. La casa estaba ardiendo. Encontraron a la niñera desmayada en el primer piso, pero el niño se encontraba en el cuarto del fondo y la escalera ardía llena de llamas y de humo. La única salida era la ventana.

¡Charlie!, ¡Charlie!, -Gritó su Padre desesperadamente-

¡Papá, Papá! ¡Te escucho pero no te veo!, gritaba el niño al borde de la ventana-

¡Aquí estoy! Gritaba el Padre- ¡Déjate caer, te recibiré en mis brazos!.

¡Tengo miedo! ¡No veo nada!

El niño salió a gatas por la ventana, pero se aferró fuertemente al dintel de la misma. Estaba aterrorizado.

¡Suéltate!, Déjate caer- Gritaba el Padre.

¡No puedo verte, Papá!

-Pero yo si te veo: Aquí estoy, exactamente debajo de Ti, ten confianza, suéltate que yo te recogeré en mis brazos.

-Tengo miedo de caer, sollozaba el niño.

¡Suéltate! ¡ Tírate!, gritaban otras voces, tu padre te recibirá con toda seguridad: No tengas miedo.

El pequeño Charlie, recordando la fuerza y el cariño de su padre, recobró la confianza y se dejó caer en el vació. A los pocos instantes se hallo en los fuertes brazos de su padre.

Cuantas veces en nuestras vidas no nos sentimos acorralados por fuegos intensos a los que no les vemos solución y que amenazan hacernos sucumbir. Es allí mi querido hermano que tenemos que confiar en la misericordia de nuestro Padre Celestial que no nos abandona. Él está allí, estirando sus brazos. Pero nosotros, tercos y ciegos por nuestro orgullo y autosuficiencia, preferimos poner nuestra fe en falsas confianzas y no somos capaces de depositarla en el único que realmente puede socorrernos en el tiempo de la adversidad.
                                                                                                                         (Hebreos 11.1)

Necesitamos cuatro abrazos diarios para sobrevivir, necesitamos ocho abrazos diarios para mantenernos . Necesitamos doce abrazos diarios para crecer.

                                                                                                                           Tomado de la red








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